Una sombra en mi pierna
Todo comenzó hace un par de meses con una molestia
persistente en el gemelo izquierdo, un dolor errante que cambiaba de ubicación
como si buscara esconderse. Al principio, lo atribuí a una sobrecarga por mis
entrenamientos—corría, hacía bicicleta, senderismo, fútbol, kick boxing… no
paraba—.Pero no era una molestia común, iba y venía, se movía sin ton ni son, a
veces más arriba, otras más abajo, a veces cerca del tobillo, a veces cercano a
la corva de la rodilla.
Ahora, con la perspectiva del tiempo, mi mente se
traslada a una carrera nocturna en los montes de Ceuta, una prueba exigente de 21K.
Aquella noche, algo no encajaba, el dolor en la pierna no fue lo único que me
preocupó. Una sensación de asfixia, un cansancio que me oprimía el pecho, algo
que nunca había sentido antes. ¿Estaba relacionado? No lo sabía.
Bajé el ritmo. Pasaron las semanas, y el dolor en
mi pierna izquierda seguía allí, inamovible. Buscando alivio, visité a un
osteópata, pero la mejoría nunca llegó. Después, fue el turno del traumatólogo,
quien me envió a hacerme una ecografía. El tiempo transcurría lento, entre dos
y tres semanas con la pierna hinchada y un dolor que no daba tregua.
Las vacaciones, esperadas con ansias, me llevaron
de vuelta a mi tierra natal, Melilla. Fue allí donde la suerte, disfrazada de
amistad, me tendió una mano. Una amiga, que trabaja en el sector de la salud,
me hizo el enorme favor de echarme un vistazo y, al ver la situación, no dudó
en remitirme a unos compañeros suyos para un estudio más exhaustivo.
El proceso fue rápido, casi vertiginoso. Enseguida
detectaron algo inusual, y no era muscular. La palabra que surgió, con la
cautela de un primer diagnóstico, fue "un trombo", localizado en la
parte baja del tobillo. De allí, sin perder un minuto, me derivaron a la
clínica de mi compañía de seguro médico, donde la sospecha se convirtió en
certeza: "Tienes trombos desde la rodilla hasta el tobillo".
La noticia me golpeó. Acto seguido, me encontré en
urgencias del Hospital Comarcal de Melilla, donde el diagnóstico final confirmó
lo temido: Trombosis Venosa Profunda de la vena Safena. La explicación que me
dieron fue clara y contundente: la trombosis es la formación de un coágulo de
sangre (trombo) en el interior de una vena. Sus riesgos son serios, desde la
posibilidad de que el coágulo se desprenda y viaje hasta los pulmones,
provocando una embolia pulmonar (una afección potencialmente mortal), hasta la
aparición de un síndrome postrombótico, que puede generar dolor crónico,
hinchazón y cambios en la piel de la pierna afectada.
Mi tratamiento inicial fue sencillo: Heparina
inyectada cada doce horas, y una cita con el especialista vascular en dos
semanas. Me dieron el alta, y a pesar de la gravedad del diagnóstico, decidí
continuar con mis vacaciones. Incluso, junto a mi mujer, me aventuré a realizar
parte del Camino de Santiago. Me dijeron que caminar era bueno, y eso hice,
aunque la pierna seguía doliendo y se inflamaba al menor esfuerzo.
¿Qué
es la trombosis venosa profunda?
La trombosis venosa
profunda (TVP) es la formación de un coágulo de sangre (trombo) en una o más
venas profundas del cuerpo, generalmente en las piernas. El principal peligro
de la TVP es que el trombo puede desprenderse y viajar a través del torrente
sanguíneo hasta los pulmones, provocando una embolia pulmonar, una emergencia
médica que puede ser fatal.
No fue hasta dos semanas después de comenzar con la
heparina cuando el alivio empezó a asomarse. La mejoría era gradual, pero
palpable. Al regresar a Ceuta y retomar el trabajo, sentía la pierna mucho
mejor y mis sensaciones eran buenas. Sin embargo, al ir al médico de cabecera para
que me renovara la receta de la heparina, la situación dio un giro inesperado.
El médico, con una seriedad que no admitía réplica,
me dio la baja médica de inmediato. Intenté explicarle que me sentía bien, pero
él, negando con la cabeza, me hizo ver la gravedad de mi situación. "No
eres consciente del riesgo y de lo grave de la enfermedad", me dijo. Me
instó, con firmeza, a contactar de inmediato con un especialista vascular para
investigar el origen de la trombosis. A mis 36 años, una persona joven, activa,
deportista y supuestamente sana, esto no era normal.
Así que, de nuevo, a la acción. En Ceuta no había
especialistas vasculares de mi compañía médica, y en la zona de Algeciras y
alrededores las citas eran imposibles de conseguir. Fue una odisea. Ampliando
el radio de búsqueda, por fin conseguí una en el Hospital Viamed de Chiclana de
la Frontera (Cádiz). El especialista vascular me examinó muy escuetamente. Me
dijo que el trombo ya no estaba, pero tras revisar varias analíticas de sangre
que le presenté, señaló que tenía valores sanguíneos alterados. Me cambió la
heparina por otro anticoagulante y me derivó a un Internista.
Y aquí estoy ahora, en una espiral de consultas y
pruebas. He visitado a dos internistas y un cardiólogo. Me he hecho más análisis
sanguíneos, me espera un Angiotac, y tengo citas con un dermatólogo (por un
eccema en la pierna izquierda que no se va y no sé si puede tener relación con
la trombosis), un hematólogo y, de nuevo, con el internista y otro especialista
vascular. La agenda de las próximas semanas no da respiro.
La búsqueda de respuestas continúa. La sombra en mi
pierna me ha llevado a un viaje inesperado, un recordatorio de que la salud, a
veces, es una caja de sorpresas. Así que nada… La historia continúa. Los médicos
siguen indagando. Y yo, aprendiendo a escuchar a mi cuerpo, incluso cuando
susurra.
Ahora aguardo, entre informes y citas,
preguntándome qué falló en mi cuerpo. Si fue un golpe ignorado, un gen
defectuoso, o quizá aquella carrera bajo la luna de Ceuta, donde el dolor y la
falta de aire fueron las primeras señales de que algo, muy dentro, se torcía.
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