La Bicicleta

La Bicicleta, ¡Qué de recuerdos de cuando éramos pequeños! ¿verdad?

Era un signo de libertad, de ir mas rápido, de sentir el aire fresco golpeando tu rostro, de saborear por vez primera la adrenalina, de sentirte mayor… Que añoranza rememorar esos recuerdos. Cuando era pequeño anhelaba que llegara el día y la hora en que mi madre me dejaba ir al parque vial situado cerca de mi casa donde, en un circuito cerrado, existían calles, semáforos, señales y hasta pasos de cebra. Allí me sentía mayor y jugaba con mis ilusiones. En aquel mismo parque fue donde comencé mis primeras andanzas en este peculiar vehículo. Al principio con dos ruedines, luego, con uno y finalmente, sin ellos.  Mi padre era mi fiel y solitario compañero, el que me ayudaba y me enseñaba. ¡La de hostias que me di para aprender a conducir aquel viejo hierro rojo!

Ahora, muchos años después, sigo utilizándola y disfrutando de aquellos sentimientos. Sigo experimentando la libertad de ir lejos en un vehículo que solo depende de mí para moverse, sigo sintiendo el aire fresco en mi cara durante las frenéticas bajadas y el calor, el sudor y el sufrimiento en las duras subidas. No me imagino mi vida sin ella. Cuanto me hubiera perdido…

Ha llovido mucho desde aquellos tiempos, pero no los olvido. Desde entonces he tenido varias bicicletas y todas ellas me han acompañado en alguna que otra aventura digna de mención. Sobre sus ruedas he sentido, he viajado, he descubierto, explorado y vivido aventuras únicas desde una perspectiva diferente.

Hoy en día, ya no recuerdo todas las marcas de las bicicletas que tuve cuando era pequeño, pero si aquellas con las que he realizado algunas de las rutas más significativas.

Una de las primeras que he tenido siendo ya adulto fue una Btwin Rockrider 5.3 del Decathlon. La compré en Águilas (Murcia). Era de color blanco. Gracias a ese trasto descubrí un mundo nuevo. Con ella hice algunas cicloturistas por mi ciudad y por el Valle del Almanzora (Almería), algunas rutas por el interior de Almería y Madrid, una carrera de Bomberos del Levante Almeriense en Turre (Almería) y una marcha ciclista Senda Arrieros en Albox (Almería) entre otros. La compré allá por el año 2011 y después de comprar las siguientes, con mucho dolor y apego la vendí por un módico precio a un chaval de Melilla.

La segunda bicicleta que adquirí fue una Orbea Sherpa de 26 pulgadas que compré en una tienda especializada de Lorca (Murcia) en el año 2013. Con ella realicé algunas carreras y rutas como la Cuna de la Legión de Ceuta, los 101 kilómetros de Ronda (Málaga), una Africana de la Legión (Melilla), varias subidas al Saliente de Albox (Almería), diversas rutas por Málaga, Almería, Melilla e incluso Marruecos. Aún la sigo teniendo en mi ciudad natal dispuesta para ser utilizada en mis vacaciones cuando estoy lejos de la que uso habitualmente.

En la actualidad tengo una Mérida Big Nine de 29 pulgadas que compré de segunda mano en Melilla allá por el año 2017. Le intercambie algunos componentes con la Orbea Sherpa porque los de esta última eran mejores. Creo que le he dado bastante uso y quizás ya va siendo hora de darle descanso pero de momento sigue al pie del cañón. Ha realizado dos Africanas, una Desértica y diversas rutas por Almería y Valencia entre otras. Hasta la fecha, aunque dista mucho de los caros bicicletones que se ven hoy en día, siempre me ha respondido bien siendo, para mí, su dureza la característica que la hace más fiable.

También dispongo de una Orbea Ónix de carretera, pero es la menos utilizada pues solo he realizado algunas pequeñas rutas por Málaga, Melilla y la carrera de Navidad del Pavo de mi ciudad. Actualmente la tengo en el garaje esperando que algún día se me antoje enseñarle un poco más de mundo.

 

Como decía, siempre que puedo y me apetece salgo a rodar un rato con una o con otra dependiendo de donde me encuentre. Ayer sin ir más lejos, realicé una preciosa ruta por la provincia de Valencia. La Ruta Fluvial del Turia, una pista de tierra que transcurre paralela al cauce del rio. El paisaje es hermoso, con mucho verde y un discurrir continuo de aguas que invitan al baño. Comienza en el parque de Cabecera, en Valencia, y acaba en el pequeño pueblo de Villamarchante, situado a 30 kilómetros de la capital. Realicé el recorrido en ambos sentidos rodando un total de 60 kilómetros en unas tres horas. No es una ruta demasiado exigente, aunque dependiendo del ritmo que se lleve puede hacerse algo cansada.


Fruto de esta última ruta y probablemente durante la misma, surgió en mi cabeza la idea de dedicarle unas palabras a modo de homenaje a este artilugio llamado bicicleta que tantos disfrutes nos ha dado a algunos. Este es el resultado.
















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